Semblanzas de CR: Emelina Corrales

Emelina recibe una llamada a la hora convenida. Es una enfermera italiana que atiende
pacientes con COVID-19 y busca apoyo para aprender a vivir en estos momentos difíciles.
Otro día es un médico de Francia, Estados Unidos o Costa Rica, o una mujer que se quedó
sin trabajo y tiene a sus tres hijos a tiempo completo en casa sin poder salir a buscar
empleo por la cuarentena.
Emelina está allí, al otro lado de teléfono o frente a la pantalla del computador
acompañando a quienes cuidan de otros para buscar conjuntamente sacar a la luz alegría,
solidaridad y compasión.

Su trabajo es escuchar y ofrecer una luz que ayude a sus semejantes a retomar su camino.
Paz, tranquilidad y compasión son sentimientos que muchas personas buscan en estos
tiempos del coronavirus. Tener un espacio para ser escuchado y oír una voz que les ayude
a encontrar, dentro de sí, la fuerza para regresar al hospital, atender a sus hijos o salir a
buscar trabajo.
Ha vivido en cuatro continentes, surcado los mares y perseguido sus sueños. Estudió
biología marina, derecho ambiental, coaching y yoga; pero son la meditación, el desarrollo
espiritual y su familia la brújula que da dirección a su vida. Vive en la región de la
Dordogne, al lado de un Monasterio budista.

Con tanto sufrimiento emocional por la pandemia que azota al planeta, Emelina Corrales,
con familia oriunda de Pérez Zeledón, pensó que no era el momento de aprovechar y
hacer negocio, sino un tiempo para ofrecer. Y con su servicio de coaching gratuito, para
ciertos sectores de la población, vía Internet, ayuda a quienes están en primera línea
trabajando para mantener saludable a la población, como los que atienden a los ancianos,
las enfermeras, los doctores o las madres que cuidan a los niños en casa.
Piden ser escuchados para sacar lo que sienten o lo que piensan, con la seguridad de
sentirse aceptados.
¡Ayúdeme, por favor! Necesito, aunque sean cinco minutos de tranquilidad. ¡Ya no puedo
más! -me dijo una enfermera-. Yo no sé cuándo voy a volver a ver a mi papá. No sé cuándo voy a perder el miedo a que sea yo el que le lleve la enfermedad. Quiero poder darle un abrazo en paz -me confió un médico- “.

Y es que la ansiedad y el miedo, cuenta Emelina, son los sentimientos más compartidos
por las personas que cuidan de otros, cualquiera que sea el país. Miedo a enfermarse ellos
o a enfermar a alguien. “En algunos casos, han preferido alejarse de sus familias, irse a
vivir solos, y ese distanciamiento causa mucho sufrimiento”.
Otros hablan del trabajo extenuante, el agotamiento físico y la incertidumbre de hasta
cuándo tendrán lo necesario para su propia protección y los equipos y medicamentos para
sus pacientes. “Me cuentan que hubo momentos, en algunos picos de la pandemia, en los
que quedaron desbordados. Esto es sumamente angustiante para ellos”.
“Las personas que atiendo tienen una gran carga mental que se deriva del peso de tener
que seguir los procedimientos adecuados, de contar con el tiempo limitado para lo que
tienen que hacer y el gran peso de que de su pericia y cuidado dependen vidas humanas.
Eso provoca mucho estrés y una gran tensión emocional”.
También sufren, dice Emelina, de ver que sus sistemas de salud no funcionan. Es algo por
lo que muchos de ellos han peleado por años y hoy, en el peor de los momentos, la gente
toma conciencia del valor que tiene la salud pública. “Todo esto desemboca en un
cansancio emocional muy fuerte. Cuando las aguas se calmen, vamos a tener temas de
salud mental muy importantes a tratar”.
“Al final de cada coaching yo digo, ¡Qué fuerte! Aplaudimos y se les canta, pero la realidad
individual es muy difícil»
Sin embargo, en estos momentos inciertos, Emelina destaca el valor de hacer las cosas de
manera diferente y ayuda, a cada quien, a sacar de esta crisis lo mejor de sí mismo, así
“evolucionar y trascender”.

Fue hija única de una madre soltera, quien al inicio tuvo muchas dificultades con su familia
y debió postergar sus estudios para trabajar duro, sola y con una niña a su lado. “Mi
nombre me lo puso mi mamá en honor a mi abuelita Emelina, doña Mela, que murió a los
100 años. Ella era originaria de San Mateo de Alajuela y se fue con mi abuelo, que era de
Desamparados, a San Isidro de Pérez Zeledón, allí fundaron una fábrica de refrescos”.
Vivió con su madre en San José y luego en Heredia, pero todas las vacaciones las pasaba
en la casa de sus abuelos en Pérez Zeledón, cerca de muchos tíos y primos. Desde niña
aprendió a reparar planchas a cambiar los fusibles de la casa y muchas otras habilidades
de las mujeres y hombres de su familia que eran mecánicos, electricistas, emprendedores
e inventores. Eran tiempos en que las cosas no se botaban, se arreglaban.

“Recuerdo los viajes a la playa en la toyotona de uno de mis tíos. Tiraban un colchón y nos
íbamos todos atrás. Allí iba la hielera, la parrilla, el carbón, la comedera y unas sillas para
los mayores. Nos comíamos los gallos de carne y salchichón sentados sobre un tronco.
Pasábamos todo el día y en la tarde regresábamos”. A veces en Dominical, Dominicalito o
en Uvita, pero siempre con el puño de primos, los tíos y los abuelos.
“Mi abuelito era discapacitado; para que se pudiera bañar tranquilo se acomodaba en un
neumático grandísimo que se amarraba con un mecate a un árbol y así no se lo llevaba la
corriente. Recuerdo estar agarrada del neumático en el agua, conversando con él y mis
primos haciéndole rueda”.
Empezó la escuela en el “Castella”, pero convenció a su madre de que la pasara a una
escuela donde pudiera aprender inglés. Así terminó la primaria y la secundaria en el
Colegio Saint Paul en San Rafael de Alajuela.
Desde muy corta edad tuvo claro lo que quería estudiar. “Me acuerdo que siendo una
niña pasaban por la tele ‘El planeta azul’ y viendo esas imágenes de fondos marinos, y lo
bien que la pasaba en el mar, decidí que quería estudiar biología marina. Mi mamá cuenta
que yo se lo dije, además de expresarle mi deseo de hacerle una casa de conchas. Mi
madre fue siempre un ejemplo de superación, constancia y amor. Me enseñó que lo más
importante en la vida es el bienestar espiritual porque a partir de allí se alcanzan los
sueños”.
“A los 16 años me debatía entre la biología marina y la sicología, pero yo nací un 3 de
mayo, fecha asociada con el agua según las culturas mesoamericanas. Tengo una relación
muy fuerte con el agua, sobre todo con el mar. Así que el debate duró poco”.
Emelina vivió con su madre en Sabanilla, Tibás y Sabana Norte hasta que finalmente se
establecieron en San Rafael de Heredia, cuando terminaba el colegio a sus 17 años.

Eso fue lo que significó para Emelina vivir un año en el pequeño pueblo de Ohira-machi a
unos 100 km al norte de Tokio, cuando participaba de un año de intercambio, en 1996.
Estudió en un colegio de mujeres en aquel pueblo rural. Viajaba en bicicleta y sus colochos
eran la sensación en un país donde todas las chicas son lacias. Sus compañeras le pedían
permiso para tocar su cabello ensortijado y el director le imploraba amarrárselo porque
era casi una señal de rebeldía juvenil.
“Además de poder comunicarme en japonés, aquel país me dio un regalo: una inmensa
apertura cultural, espiritual y culinaria que me acompañó por el resto de mi vida. Aprendí
que las cosas no son buenas, no son malas; son diferentes”.

Su amiga de muchos años, Melissa Madrigal la describe como una mujer "con principios e
ideas muy claras". “Es un ser humano auténtico, sincero y libre. Es una mujer valiente,
decidida y emprendedora. Siempre tiene un buen consejo qué ofrecer y en su hombro he
podido llorar y descansar”.

La especialidad de biología marina, en la Universidad Nacional, exigía muchas prácticas y
muchos viajes al mar. Para Emelina era como juntar el hambre con las ganas de comer.
“Viajé mucho estando en la U, conocí desde playa Rajada en la Cruz, en el Pacífico norte,
hasta los islotes en Térraba/Sierpe, en la zona Sur, viajé por el Caribe y conocí mi país de
una manera mucho más profunda”.
Una beca de la Universidad de Utrecht la llevó a los Países Bajos y ahí tuvo la oportunidad
de viajar en un buque oceanográfico por el Mediterráneo. Era un barco de investigación
de la Universidad de Atenas, Grecia, con la misión de indagar sobre volcanes de lodo, en la
frontera marítima entre Grecia y Turquía.
Estando allá conoció personas vinculadas con el GEOMAR (Centro de Investigación para el
Océano) en Kiel, Alemania, que tenía un proyecto para investigar la zona de subducción en
Costa Rica. Por su experiencia, la institución alemana la propuso como integrante del
equipo oceanográfico con el rango de observadora en las campañas de investigación
realizadas en la región, a bordo del buque ‘Sonne’ y posteriormente en el buque ‘Meteor’.
Paralelo a sus experiencias en buques de investigación y viajes de estudio, Emelina se
vinculó con ASVO, una asociación que da soporte de voluntarios a las áreas protegidas y
tener campamentos para la conservación de tortugas. Allí hizo trabajo de campo y dirigió
el programa de investigación y conservación de varias especies de estos reptiles en
diferentes zonas del país.

Para entonces Emelina tenía su casa en Santa Lucía de Barba y alquilaba una habitación.
Un buen día llegó de inquilino un estudiante francés que hacía la investigación para su
doctorado. Desde allí nació una fuerte amistad. Coincidían en el interés por la meditación
y la búsqueda del crecimiento espiritual. Él se regresó a Francia un tiempo después.
Diez años antes, su madre la había introducido en la práctica de la meditación en la casa
Zen. “Soy disléxica, hiperactiva y con déficit atencional. Tomé ritalina durante una época
de mi infancia. Aprender a meditar me ayudó muchísimo a concentrarme mejor y a
controlar mi hiperactividad. La meditación ha sido para mí una herramienta y una forma
de vida. La mayor lección ha sido dejarme guiar”.

En 2011 Thomas Legrand, así se llamaba su amigo francés, volvió a cruzar el Atlántico y
aquella amistad, que continuó a distancia, dio un giro. “Nos lanzamos juntos al vacío y…
henos aquí”.
Emelina daba otro golpe de timón radical en su vida: cambió de país y la biología marina y
pasó de las profundidades del mar a la vastedad de la mente humana. Se trasladó a París
en 2012 a empezar su vida de pareja y comenzó su capacitación para ser ‘coach’. “El
coaching es una profesión nueva que da sostén a personas, en temas laborales y
personales, apoyando su evolución para cambiar actitudes o hábitos. En particular me he
enfocado en el trabajo con la inteligencia espiritual”.
Cuando llegó a estas tierras se vinculó con la Asociación de Costarricenses en Francia
(ACRF). Era el mejor lugar para hacer amigos ticos y recibir consejos prácticos de quienes
ya tenían años de residir aquí. “Recuerdo que cuando vivía en París hacía los gallopintos
para las fechas especiales, me gusta mucho cocinar y también les prestaba trajes típicos
para las presentaciones. La Asociación ha ayudado a visibilizar a CR aquí en Francia, sobre
todo en su parte cultural”.
Paralelamente terminó una maestría que había empezado en Costa Rica sobre Derecho
Ambiental y se preparó como instructora de yoga. En 2014, se trasladó con su esposo a
Túnez y vivió un año en ese país de África del norte.
Uno sus sueños era conocer “Plum Village”, un Monasterio budista situado en la región de
la Dordogne, fundado por el maestro zen Thich Nhat Hanh. “Cuando vivíamos en Túnez
vinimos a este sitio en unas vacaciones de julio y maravillados por el lugar regresamos en
setiembre.”
Ambos pensaron que algún día les gustaría vivir cerca de aquel Monasterio. “Buscábamos
un sitio para sostener nuestra práctica espiritual que era una prioridad. Cuando llegamos,
encontramos el lugar correcto”. Y no dejaron pasar mucho tiempo, unos meses después
decidieron mudarse y ya en enero de 2015 vivían en un pequeño pueblo, al lado del
Monasterio. “Más que un hogar, vivir aquí es tener un espacio de recarga emocional y
espiritual constante. Vivir en conexión con mis valores más profundos”.
Allí nacieron sus hijas Sonia, hoy de casi cinco años, y Océanne, que ahora tiene dos años.
Desde ese pequeño pueblo en el sur de Francia trabaja conectada con Internet orientando
a quienes la buscan para desarrollar sus capacidades o buscar una nueva manera de hacer
las cosas.
Sus amigas son las primeras testigos de su capacidad reanimadora. “Cuando cierro los ojos
y pienso en Emelina, recuerdo un momento difícil que le estaba compartiendo. Ella puso
sus manos en mis antebrazos, me apretó cálidamente, compartió unas palabras sabias y
me dijo que un día nos reiríamos del incidente. Ella no podría haber estado más en lo

cierto. Es un misterio cómo ella puede equilibrar su apertura de corazón, con el amor
marcado con límites. Gracias a Dios Eme está en el mundo”, dice Yvonne Mazourek.

Tras vivir en muchos lugares en su país natal y de residir en Japón, Alemania, Holanda,
Túnez y Francia, Emelina encontró una base, mientras sus niñas crecen.
Eme, como le dicen sus amigas, tiene proyectos en proceso: escribir un libro sobre
inteligencia espiritual y posteriormente diseñar y lanzar un curso en línea sobre este tema
para la formación de directivos y empresarios. Ese parece ser el próximo movimiento en el
tablero de su vida.
Ella nació en 1978, el año del caballo en la mitología china. Las personas nacidas bajo ese
signo tienen un espíritu libre que las mantiene en movimiento constante, de un proyecto
a otro en busca de independencia y libertad. "Me gustaría enseñarles un poco del mundo
a mis hijas, además tengo un marido andariego. Siempre he sido nómada, ahora soy una
nómada en reposo”.

Estos años de pandemia han provocado un retroceso en los derechos laborales de las
mujeres y eso llevó a Emelina a desarrollar un nuevo programa de apoyo profesional para
el empoderamiento de la mujer.
Junto a otra compañera, diseñó una nueva modalidad de apoyo a través de retiros
presenciales de cuatro días dirigidos, por ahora, a mujeres francófonas, que mezcla una
diversidad de terapias relacionadas con lo emocional, el coaching, los rituales y el manejo
de la energía.
Poco a poco, la nómada en reposo abre sus “alas inquietas”.