Semblanzas de CR: Ivette Bourillon

La diplomacia tras bambalinas

Delgada, elegante y con un magnífico sentido del humor, Ivette Bourillon fue eje y referente de la representación diplomática de Costa Rica en Francia por más de tres décadas, desde 1970: sirvió a nueve administraciones y ocupó casi todos los cargos desde secretaria hasta ministro consejero.

Nunca fue embajadora, pero siempre fue pieza clave detrás de las bambalinas para garantizar la continuidad de la política costarricense en Francia.

Hoy, con más de 15 años de jubilada, sigue tan activa como antes: anda en bicicleta, esquía, recorre los museos, viaja, visita a sus amigos, trabaja en la huerta y atiende su casa.

Se crio en Barrio Luján y en la ciudadela Calderón Muñoz, en aquel San José de los años 40 donde todo se hacía a pie y todo quedaba cerca. Hizo el kínder con los padres dominicos de la Dolorosa, estudió en la Escuela República del Perú y en el Colegio Superior de Señoritas. “Al paseo de los estudiantes le quedaba muy bien su nombre porque era realmente el camino en el que los varones venían del Liceo de Costa Rica a ver a las muchachas del Colegio de Señoritas. Allí nos topábamos”, recuerda.

Su abuelo paterno fue un migrante francés que llegó joven y se estableció en Costa Rica, quizás por eso su gusto por estudiar francés.

Entró a la Universidad de Costa Rica en 1957 estrenando la gran reforma universitaria de Rodrigo Facio, cuando se hicieron nuevas facultades y se pasó la sede a San Pedro. “Fue el primer año de los Estudios Generales, que nacieron con la intención de dar a los estudiantes una formación humanística y que no entraran de una vez en la carrera, sino que tuvieran una buena base de cultura general”.

Se graduó como profesora de francés. La Universidad apoyó su candidatura para una beca del gobierno de Francia y llegó a París a inicios de los años 60 a hacer un post grado en educación. A su regreso, la esperaba la dirección de una Cátedra Universitaria en la UCR, que asumió durante un año.

Muy pronto sonaron las campanas de la Iglesia Santa Teresita, el lugar tradicional de la época para casarse. Ivette contrajo matrimonio con un joven sociólogo del norte de Francia, recién graduado, a quien había conocido en París durante su post grado.

Hicieron un viaje de aventura por Guatemala, México y Nueva York, donde abordaron un transatlántico italiano rumbo a Francia, donde vivirían por siempre.

A sus 25 años y recién casada sintió lo mismo que muchos migrantes: aislamiento, soledad y la sensación de venir de un país desconocido. “Sufrí un choque muy grande porque venía, según yo, del mejor país del mundo, con el mejor café del mundo; pero aquí nadie nos conocía, no sé si es que ellos eran unos ignorantes o yo una sobrevalorada”.

Una vez fui al correo a poner una carta… San José Costa Rica. Y me decía el hombre del mostrador: ¿Pero cuál país? Tiene que poner un país. ¡Costa Rica es un país!, le decía yo. Entonces buscó en una lista de países para ver si era verdad lo que yo le estaba diciendo”.

A eso se sumaba el aislamiento. “El teléfono carísimo, si había dinero se podía hablar unos segundos para avisar que había llegado bien. El correo muy lento, 15 o 22 días para que llegara una carta. Cuando llegaba la respuesta, ya los acontecimientos habían pasado”.

Afortunadamente, la familia de su esposo la acogió con gran cariño y llenó el vacío de soledad. Su suegra le enseñó a cocinar y le quedó la herencia de hacer buenas mermeladas.

Cuenta Ivette que en ese tiempo no había supermercados en París, estaba la carnicería de res, la de cerdo, la de vísceras, y la quesería… era todo muy especializado y había que saber qué era lo que uno quería y qué cantidad. Había que andar con el diccionario en la mano. Allí no servía el vocabulario de la Universidad.

En ese esfuerzo por adaptarse al medio francés, empezó a estudiar enseñanza del español. Pero al poco tiempo se vinculó con la Embajada de Costa Rica.

Ivette ha sido por 40 años un referente para los costarricenses en Francia. Es una mujer inmensamente culta, que conoce muy bien tanto su país de adopción, como su tierra natal. Con un extraordinario y peculiar sentido del humor, ha sabido guiarnos a todos, por ese París, histórico y cotidiano, ciudad de luces y de cielos grises, grande, pero lleno de rincones. En lo personal, el disfrute de esos grises, de esos rincones y de esa historia, en mucho se la debo a Ivette. Estoy segura de que así fue para muchos de esos ticos que pasamos por periodos largos en París”, opina Lina Barrantes, ex ministra consejera de la Delegación de Costa Rico ante UNESCO.

 

Se acercó al Consulado primero como usuaria y luego trabajó allí por corto tiempo. Cuenta que para la última elección de don José Figueres en 1970 llegó como embajador don Víctor Hugo Román, quien venía con muchas ganas, pero con poca experiencia y sin hablar francés. Necesitaba entonces una persona que conociera el ambiente y el idioma y alguien sugirió su nombre. Así fue su ingreso en la diplomacia, como secretaria.

Primero me nombraron de palabra, luego como personal de confianza. Ese título sonaba muy bonito, pero te podían quitar en cualquier momento y no tenías garantías, ni derechos laborales”.

Así se mantuvo por muchos años y fue tan reconocido su trabajo que ningún embajador de ningún partido político prescindió de sus servicios a lo largo de nueve administraciones de Gobierno. Se desempeñó como primera secretaria, vicecónsul, y también trabajó en la representación de la UNESCO, con el equipo de doña Vivian Rivera, madre del expresidente Luis Guillermo Solís. En los años 1990, la Cancillería abrió la posibilidad de reconocimiento y ella presentó sus atestados para regularizar su calificación dentro del escalafón diplomático. Recibió la categoría de ministro consejero hasta que se pensionó en 2003.

Los embajadores y los funcionarios pasaban, pero a Ivette le correspondía garantizar la continuidad de la Embajada.

Me tocaba hacer de todo desde la representación ante el Ministerio francés de Relaciones Exteriores, hasta defender las candidaturas de costarricenses a algunos organismos internacionales, pasando por aconsejar a los embajadores sobre asuntos de protocolo diplomático; y en lo administrativo desde ver el correo y la redacción de informes políticos hasta la mudanza de nuestra oficina, en 13 ocasiones”.

Quienes trabajaron con ella la describen como una excelente diplomática quien, con generosidad, compartía su experiencia con quienes llegaban a la Embajada.

Así la recuerda Gabriela Jiménez, compañera de trabajo en París y ex embajadora de Costa Rica en México: “Doña Ivette representaba la diplomacia clásica de los costarricenses en Francia. Siempre amable y dispuesta, sabía responder a las preguntas y dudas que todos teníamos, desde el embajador hasta los funcionarios. Sabía resolver y conocía la memoria histórica de la Embajada de Costa Rica en Francia. Era una pieza esencial para su buen funcionamiento y gestión”.

Los años en la diplomacia la hicieron más tolerante. “Me han dejado una mayor apertura hacia el mundo, sobre todo por la aceptación de puntos de vista diferentes o contrarios al mío, y que uno tiene que escuchar, aunque no esté de acuerdo. Por otro lado, aprecio mejor las fuerzas de mi país porque lo he visto con cierta distancia. Eso sí, uno se vuelve un poco más crítico de su mismo país”.

Su esposo Yves Rickebusch la describe como “una mujer que le gusta organizar y planificar”. “Yo creo que encontró en la Embajada un espacio para eso, por eso se quedó tanto tiempo dando continuidad a lo que empezó”, comentó.

Ivette cree que en materia ambiental pocos países tienen la experiencia de Costa Rica, incluso Francia. “Somos pioneros mundiales en la protección del ambiente, empezamos muy temprano protegiendo la biodiversidad a través de los Parques Nacionales. Recuerdo que cuando lanzamos la iniciativa de compra de bonos de carbono me dijeron en el Ministerio de Relaciones Exteriores francés, medio en serio y medio en broma: ¿Ustedes nos quieren hasta cobrar por respirar?”.

El ambiente, dice, pero también otros hechos marcaron la imagen de Costa Rica en Francia. “Lo otro que nos hace fuerte ante el mundo es nuestro sistema de sufragio universal, nuestra estabilidad política y sobre todo no tener Ejército. Parece mentira, pero la guerra y el futbol han ayudado al buen nombre del país en el mundo: por una parte, una Centroamérica en guerra y en medio un país sin Ejército, y también aquellas imágenes de nuestra primera participación en el Mundial de futbol de Italia 90 y de Luis Gabelo Conejo hincado con las manos abiertas, debajo del marco”.

Según Ivette, en los años 60 los franceses no conocían casi nada de América Latina. Sabían algo de Sudamérica, algo de México y de Estados Unidos, pero de todo lo que estaba en el centro… nada. Lo que medio sabían -dice- eran estereotipos de pueblos coloridos, poco cultos, indios y llenos de dictadores.

Y a propósito de estereotipos, comenta Ivette, para las mujeres siempre fue difícil entrar en el mundo político. Pero paradójicamente ella cree que Costa Rica le lleva ventaja a Francia. “Un estudio de cinco legislaturas, en los años 2000, da cuenta que la representación de mujeres costarricenses en el Parlamento es el doble que en Francia… Aquí nunca ha habido una mujer presidenta y solamente una vez hubo una primer ministra mujer que duró solo un año, porque le resultó insoportable el ambiente machista”.

El tema de la representación de las mujeres sigue siendo un tema en Francia.

Ivette tiene más de 15 años de estar jubilada. Una vida que no es para nada aburrida ni quieta. Ha viajado, junto con su esposo a sitios históricos y culturales de Oriente. De Japón le impresionó la tragedia de Hiroshima, de Siria el contacto con civilizaciones tan antiguas y de Irán la grandeza de la cultura persa.

En París disfrutan de los museos, tienen su “pase” de visitas por un año, sin colas. Pero también andan en bicicleta. Unos años atrás, montaban su “veló” en el tren y se iban al campo de paseo. Ahora alquilan bicicletas públicas, dan paseos por la ciudad y hacen mandados. Una vez al año suben a los Alpes a esquiar y tienen una huerta en un sitio público, cerca de la casa. “Los últimos tomates que coseché los tengo madurando”, dice sonriendo.

Van con frecuencia a Costa Rica a ver la familia y visitan amigos franceses aquí en Paris con el sistema “yo voy y vos venís”, es decir visitan unos amigos y luego les devuelven la visita. Es común verla en los eventos de la Asociación de Costarricenses en Francia, ACRF y en las actividades de la Embajada.

Con esta mujer y con su esposo, que se ha “latinizado”, se puede hablar de cualquier tema y disfrutar de su buen humor. ¡Yo les recomiendo tomarse un cafecito con ella!

Además de un ida y vuelta a Costa Rica, Ivette descubrió, en los últimos meses, el mundo de la pintura de íconos, una experiencia muy enriquecedora para su crecimiento personal. Está en un taller y ya casi concluye su primera obra.

El rigor de la técnica le exige disciplina, paciencia y mucha concentración. Detrás de los colores hay una especie de imán hacia la meditación que –dice- poco a poco devela la espiritualidad que subyace en ese modo de pintar.

Así que, siempre buscando nuevas cosas qué hacer, Ivette nunca se queda quieta.